CLÚSTER VECINAL INTROVERTIDO
- mirandaraziel
- Apr 23, 2020
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Torres se enfrentan, cada una en su posición. Afincadas en sus cimientos amurallados y vigilantes ante cualquier ser que se atreva a pasear por las calles. Sus ojos están cerrados como estatuas, pero observan todos los movimientos de quien pasa, como guardias imponentes que protegen la entrada hacia paraísos artificiales.
Las torres se enfrentan en filas de ambos lados de la calle. Son ejércitos de concreto hermanados por muros que sirven como los escudos de los hoplitas, preparados ante una batalla que está a punto de comenzar. Pero la batalla ya ha terminado, y sus miradas están retraídas. Están ensimismadas en sus propias paredes y evitan los reflejos en el cristal al otro lado de la calle. La tenue imagen en la pupila del otro que denuncia: ¡Hey, tú también estás ahí!
Es el tiempo de los balcones, de las ventanas, de los tejados, de las piedras que cortan el viento. Las farolas soportan el sol de día. Pero de noche, hacen fiesta y se banquetean como de costumbre cuando el último transeúnte se va a dormir o cuando el viejo dobla la última esquina después de su paseo nocturno. Los semáforos incesantes parpadean y regulan el paso de la brisa. Amarillo para la nada, rojo para la ausencia, verde para la retirada.
Mientras los contenedores de basura salpican restos, un puñado de coches recurre las calles como llevados por autómatas enmascarados. Antes, quien las llevaba era un matrero. Ahora, no llevarlas te convierte en un malhechor. Y de los buenos.
La carretera que de mañana era áspera y repleta, ahora aparece transparente y, todavía escuálida, expone con más intensidad las quemadas grietas en el pavimento. Como costillas abiertas de una carcasa de ganado abatido y que se exhibe en el museo de la intemperie.
Mañana todo será igual que hoy.
Salí a mi ventana ¿O será el bloque de ventanas en las torres el que me vio salir asomando la cabeza hacia las murallas?
Recuerdo que llovía ligeramente y el asfalto húmedo desprendía un olor de ladrillo mojado.
Si el cielo era más gris que lo de costumbre, no lo sé. Pero había una suspensión temporal en las gotillas de agua que caían y resbalaban. Los gringos dirían que esto se parecería a un slow motion en directo.
Pero no es eso, no es que la chica con su perro paseara lentamente. O que el camión de basura tuviera una velocidad promedio de 3km/h. Era como si la calle realmente estuviera descansando de la gente.
La catedral estaba aliviada por no recibir a sus feligreses. La escuela saltaba de felicidad sin los niños. El mundo entero era Prípiat por primera vez.
Mañana las horas también se derretirán.
La radiactividad solo se concentra en los hospitales, o en los aplausos secos de muñecos en orificios de las torres sobre las 8 de la tarde. O sobre el repartidor que va en la bici que ha hipotecado.
Mañana todo será igual.
Pasado mañana la hecatombe se repetirá. Y en un futuro sumergido no distante también, porque aquella ya ha comenzado. Se la nota cuando el reloj sigue intacto. Cuando la circunferencia de las horas sobrevive incólume.
Ahora, todo da igual
La arquitectura es el mayor ruido de esta ciudad.
Mi ventana cotillea con el balcón de en frente y tu portal se ríe.
De vez en cuando, un pájaro canta y les interrumpe.
De vez en cuando,
De vez en cuando, está bien que el mundo también se derrumbe.



Imágenes: crédito bilbaoarquitectura.com/isozaki-atea
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